Cielo y sol dorado de la siesta

Diego Delas

2018

Tú que me miras, ¿qué lees?

Inscripción en el dintel de una fachada en la Ribera del Duero

Alfanhuí no hubiera sabido decir si en sus ojos había una tenebrosa soledad y en sus oídos un insondable silencio, porque aquella música y aquellos colores venían de otra parte, de donde no viene nunca el conocimiento de las cosas; traspuesto el primer día, por detrás del último muro de la memoria: la inmensa memoria de las cosas desconocidas.

Rafael Sánchez-Ferlosio, Industrias y andanzas de Alfanhui.

Estás entrando a un desván de una vieja casa, más vieja que tú.

Antes de agarrar el pomo y desde el ojo de la llave, miras al interior y especulas con las formas allí depositadas, inmóviles. Tan cerca de la casa y sus trajines diarios, – pero a la vez tan raramente utilizado – posee un pie a cada lado del tiempo. Y cada vez que es visitado: cambia. Así es la lógica del desván, del ático: un interminable vientre donde las formas esperan un renacimiento, una reconversión, el nuevo uso o en su defecto un final abandono que lo sustraiga de ese polvoriento limbo.

En parte, Cielo y sol dorado de la tarde dibuja un saludo hacia la arquitectura tradicional de la casa familiar auto-construida: quizás éste sea un espacio repleto de restos y marcas de ciertas actividades. Quizás sólo, un desván al que entramos como quien busca algo en un bolsillo, sin saber muy bien el qué. Pigmento y manos sucias, anotaciones, pies derechos y maderas talladas, recortes, cal, madera de encofrar y otras, pero también escayola, rafia y yute, restos de sacos y algodón, barro sin cocer y lápiz, acero dulce: bocallaves, fachadas, restos. Algo de otro tiempo en éste, juegos infantiles con los que sueña un viejo.

La imaginación posee una componente de pasado, un vector retrógado, de recuerdo o memoria subjetiva. Cuanto más cerca de la fuente, de la infancia, más alterado y alucinado el recuerdo, más ilegible y por ende, fantasioso. Entrar y recorrer un espacio, un modelo diagramático sembrado de visiones, un desván de cosas que nos suenan, pero a las que no conseguimos acceder del todo. Una siesta fulgurante, de colores y sonidos, de la que despertar curiosos, animados.

Estás entrando a un desván, estás pensando hacia delante, pero mirando hacia atrás. Un último vistazo, antes de abandonar, por otro rato, el subterfugio de esa larga siesta que es la infancia, la idea de un pueblo, la casa repleta de rincones, antes de que me olvide, claro.

Estás entrando a un borrador entretejido de ideas viejas y nuevas mentiras verdaderas.

Cielo y sol dorado de la siesta

Diego Delas

2018

Tú que me miras, ¿qué lees?

Inscripción en el dintel de una fachada en la Ribera del Duero

Alfanhuí no hubiera sabido decir si en sus ojos había una tenebrosa soledad y en sus oídos un insondable silencio, porque aquella música y aquellos colores venían de otra parte, de donde no viene nunca el conocimiento de las cosas; traspuesto el primer día, por detrás del último muro de la memoria: la inmensa memoria de las cosas desconocidas.

Rafael Sánchez-Ferlosio, Industrias y andanzas de Alfanhui.

Estás entrando a un desván de una vieja casa, más vieja que tú.

Antes de agarrar el pomo y desde el ojo de la llave, miras al interior y especulas con las formas allí depositadas, inmóviles. Tan cerca de la casa y sus trajines diarios, – pero a la vez tan raramente utilizado – posee un pie a cada lado del tiempo. Y cada vez que es visitado: cambia. Así es la lógica del desván, del ático: un interminable vientre donde las formas esperan un renacimiento, una reconversión, el nuevo uso o en su defecto un final abandono que lo sustraiga de ese polvoriento limbo.

En parte, Cielo y sol dorado de la tarde dibuja un saludo hacia la arquitectura tradicional de la casa familiar auto-construida: quizás éste sea un espacio repleto de restos y marcas de ciertas actividades. Quizás sólo, un desván al que entramos como quien busca algo en un bolsillo, sin saber muy bien el qué. Pigmento y manos sucias, anotaciones, pies derechos y maderas talladas, recortes, cal, madera de encofrar y otras, pero también escayola, rafia y yute, restos de sacos y algodón, barro sin cocer y lápiz, acero dulce: bocallaves, fachadas, restos. Algo de otro tiempo en éste, juegos infantiles con los que sueña un viejo.

La imaginación posee una componente de pasado, un vector retrógado, de recuerdo o memoria subjetiva. Cuanto más cerca de la fuente, de la infancia, más alterado y alucinado el recuerdo, más ilegible y por ende, fantasioso. Entrar y recorrer un espacio, un modelo diagramático sembrado de visiones, un desván de cosas que nos suenan, pero a las que no conseguimos acceder del todo. Una siesta fulgurante, de colores y sonidos, de la que despertar curiosos, animados.

Estás entrando a un desván, estás pensando hacia delante, pero mirando hacia atrás. Un último vistazo, antes de abandonar, por otro rato, el subterfugio de esa larga siesta que es la infancia, la idea de un pueblo, la casa repleta de rincones, antes de que me olvide, claro.

Estás entrando a un borrador entretejido de ideas viejas y nuevas mentiras verdaderas.