Elogio de la distracción

John Slyce

2015

‘Las ideas son a los objetos lo que las constelaciones son a las estrellas.’

Walter Benjamin. El origen del drama barroco alemán, 1928

‘–Dilo, no hay ideas sino en las cosas: nada más que las fachadas en blanco de las casas y los árboles cilíndricos combados, bifurcados por la preconcepción y el azar; partidos, estriados, arrugados, moteados, manchados; misteriosos… dirigiéndose al cuerpo de la luz!’

William Carlos Williams. Paterson, Libro I. 1946

Casi todas (si no todas) nuestras habilidades y aptitudes para hacer y aprehender objetos – y he aquí ni más ni menos que el arte – llegamos a dominarlas, como escribe Benjamin, «gradualmente, por hábito», mediante la repetición y mientras hacemos algo totalmente distinto. La distracción es quizá la condición fundamental de toda posibilidad de aprender. Tengo la impresión, por no decir la vacilante convicción, de que esto siempre ha sido así. Y más nos vale ahora mismo, en esta tesitura cultural y económica en que nuestra atención se configura por bps (bytes por segundo) y por la cruel fisura que impone el intervalo en el que la imagen llega a la pantalla.

Me distrae la velocidad, o mejor dicho, el ritmo que encierra el arte de Diego Delas. Es lo que me retiene ahí delante, con él y en él: saboreo los placeres que exacerba la percepción activa en el estado de distracción que me procura. Me atrevo a pensar que la velocidad, o el tiempo – hacer tiempo, tiempo de lectura, tiempo de recepción – es su componente esencial y su materialidad. La pintura, puede que esto sorprenda a algunos, es un medio y una actividad completamente basada en el tiempo. La pintura comparte el espacio que ocupa la distracción como modo de caracterización y recuerdo. Recepción en estado de distracción: así es como más a menudo me encuentro con la pintura – a contrapelo, puede decirse –. ¿Por qué? Porque un modo trillado de percibir la obra de arte, y aquí la pintura sigue situándose en una vanguardia regresiva, es el de la contemplación: una actividad lenta, un empeño con una meta – la de exprimir y retener una obra al comprenderla.

Estar distraído de manera productiva y positiva implica la posibilidad de aplicar una atención de otra índole al mundo y a nuestras actividades. Podría ser un modo de aprehensión – por encima de la comprensión y englobándola – que no se articule ni por la falta de atención ni mediante la absorción pasiva. Tampoco tendría una duración determinada, no estaría instrumentalizado ni llevaría la pesada carga de una meta deseada. Ir a la deriva, la promesa que esto conlleva: una travesía no programada por un paisaje de cultura material y visual que conjure un súbito cambio de atmósfera y un caudal de experiencia no estructurada ni por el trabajo ni por el ocio. Un paseo.

He tenido la suerte de contemplar algunas de estas obras juntas, formando constelaciones, en el taller de Diego Delas, de ver su magia y su sabiduría empezar a desplegarse como objetos que habitan el espacio y expresan ideas. El arte de Delas es literario en cotas que sólo un lector apreciará. Se construye a partir de una economía que preserva el valor latente y residual para luego rescatarlo en el fragmento encontrado y ligado a otro. La maqueta es tan importante –si no más, acaso– en la pintura como en la arquitectura. La arquitectura es la forma de arte que mejor se aprehende en estado de distracción, cuando nos apropiamos de su encanto por el uso y la percepción, o más bien por el tacto y la ubicación. El arte de Diego Delas nos pide enfrentarnos a él con las capacidades inconscientes con las que afrontamos lo cotidiano en el mundo construido: en casa, en la calle y en la memoria cultural. Si lo hacemos así, podemos encontrar la magia que encierra.

Elogio de la distracción

John Slyce

2015

‘Las ideas son a los objetos lo que las constelaciones son a las estrellas.’

Walter Benjamin. El origen del drama barroco alemán, 1928

‘–Dilo, no hay ideas sino en las cosas: nada más que las fachadas en blanco de las casas y los árboles cilíndricos combados, bifurcados por la preconcepción y el azar; partidos, estriados, arrugados, moteados, manchados; misteriosos… dirigiéndose al cuerpo de la luz!’

William Carlos Williams. Paterson, Libro I. 1946

Casi todas (si no todas) nuestras habilidades y aptitudes para hacer y aprehender objetos – y he aquí ni más ni menos que el arte – llegamos a dominarlas, como escribe Benjamin, «gradualmente, por hábito», mediante la repetición y mientras hacemos algo totalmente distinto. La distracción es quizá la condición fundamental de toda posibilidad de aprender. Tengo la impresión, por no decir la vacilante convicción, de que esto siempre ha sido así. Y más nos vale ahora mismo, en esta tesitura cultural y económica en que nuestra atención se configura por bps (bytes por segundo) y por la cruel fisura que impone el intervalo en el que la imagen llega a la pantalla.

Me distrae la velocidad, o mejor dicho, el ritmo que encierra el arte de Diego Delas. Es lo que me retiene ahí delante, con él y en él: saboreo los placeres que exacerba la percepción activa en el estado de distracción que me procura. Me atrevo a pensar que la velocidad, o el tiempo – hacer tiempo, tiempo de lectura, tiempo de recepción – es su componente esencial y su materialidad. La pintura, puede que esto sorprenda a algunos, es un medio y una actividad completamente basada en el tiempo. La pintura comparte el espacio que ocupa la distracción como modo de caracterización y recuerdo. Recepción en estado de distracción: así es como más a menudo me encuentro con la pintura – a contrapelo, puede decirse –. ¿Por qué? Porque un modo trillado de percibir la obra de arte, y aquí la pintura sigue situándose en una vanguardia regresiva, es el de la contemplación: una actividad lenta, un empeño con una meta – la de exprimir y retener una obra al comprenderla.

Estar distraído de manera productiva y positiva implica la posibilidad de aplicar una atención de otra índole al mundo y a nuestras actividades. Podría ser un modo de aprehensión – por encima de la comprensión y englobándola – que no se articule ni por la falta de atención ni mediante la absorción pasiva. Tampoco tendría una duración determinada, no estaría instrumentalizado ni llevaría la pesada carga de una meta deseada. Ir a la deriva, la promesa que esto conlleva: una travesía no programada por un paisaje de cultura material y visual que conjure un súbito cambio de atmósfera y un caudal de experiencia no estructurada ni por el trabajo ni por el ocio. Un paseo.

He tenido la suerte de contemplar algunas de estas obras juntas, formando constelaciones, en el taller de Diego Delas, de ver su magia y su sabiduría empezar a desplegarse como objetos que habitan el espacio y expresan ideas. El arte de Delas es literario en cotas que sólo un lector apreciará. Se construye a partir de una economía que preserva el valor latente y residual para luego rescatarlo en el fragmento encontrado y ligado a otro. La maqueta es tan importante –si no más, acaso– en la pintura como en la arquitectura. La arquitectura es la forma de arte que mejor se aprehende en estado de distracción, cuando nos apropiamos de su encanto por el uso y la percepción, o más bien por el tacto y la ubicación. El arte de Diego Delas nos pide enfrentarnos a él con las capacidades inconscientes con las que afrontamos lo cotidiano en el mundo construido: en casa, en la calle y en la memoria cultural. Si lo hacemos así, podemos encontrar la magia que encierra.