Oficio de la noche, luz cegadora (Alan Sastre)

Diego Delas

2019

Pienso en Mar vacío y Caverna. Lanzo una moneda y: cruz.

Pienso en algún demonio haciendo sus cosas, sus fuegos, encendiendo esto con aquello otro. Operando plácido entre sus penumbras, rey indiscutible del sulfuro. Me le magino en su trabajo nocturno, en un cerrar los ojos al mundo. Haciendo lumbre, avivando pedazos de candela uno por uno. Y en mi cabeza suena un cante de estar por casa: un tarareo echa el cierre de la noche. Quizá un fandango despreocupado, nacido para consolar más al que lo canta, que al que lo escucha.

Pienso en el fin del día y en los colores que habitan fugaces la penumbra. También me imagino las casas encaladas y su mundano engalane, humilde y necesario, de un esparcir mil veces repetido. Y pienso en todo esto y en el oficio del artista, en las labores del pintor y los mopp paintings o fregonazos de Alan. Y pienso en un demonio entretenido, ocultando oro bajo el apagado poso de algún vino.

Pienso en la obra de Alan Sastre. Lanzo una moneda y: cara, esta vez.

En la otra punta de esta fragua, cercana a la mañana, encontramos el envés de la moneda y otro hacer diferenciado. Uno que martillea esa otra luz, la del adentro. Y pienso en capas de trabajo una tras otra: los días, las reservas, las esperas, todo allí cristalizado. Y los restos de un interrogar en lo aditivo, en lo sustractivo de un fondo que es figura, que nos invita a mirar con las tripas y a tocar con los ojos. Una claridad cegadora del oficio, que asoma al enfrentar la obra.

Y pienso en algún entretenido diablo, extrayendo oro entre los limos, rescatando precioso mineral en posos de algún envejecido vino.

Oficio de la noche, luz cegadora (Alan Sastre)

Diego Delas

2019

Pienso en Mar vacío y Caverna. Lanzo una moneda y: cruz.

Pienso en algún demonio haciendo sus cosas, sus fuegos, encendiendo esto con aquello otro. Operando plácido entre sus penumbras, rey indiscutible del sulfuro. Me le magino en su trabajo nocturno, en un cerrar los ojos al mundo. Haciendo lumbre, avivando pedazos de candela uno por uno. Y en mi cabeza suena un cante de estar por casa: un tarareo echa el cierre de la noche. Quizá un fandango despreocupado, nacido para consolar más al que lo canta, que al que lo escucha.

Pienso en el fin del día y en los colores que habitan fugaces la penumbra. También me imagino las casas encaladas y su mundano engalane, humilde y necesario, de un esparcir mil veces repetido. Y pienso en todo esto y en el oficio del artista, en las labores del pintor y los mopp paintings o fregonazos de Alan. Y pienso en un demonio entretenido, ocultando oro bajo el apagado poso de algún vino.

Pienso en la obra de Alan Sastre. Lanzo una moneda y: cara, esta vez.

En la otra punta de esta fragua, cercana a la mañana, encontramos el envés de la moneda y otro hacer diferenciado. Uno que martillea esa otra luz, la del adentro. Y pienso en capas de trabajo una tras otra: los días, las reservas, las esperas, todo allí cristalizado. Y los restos de un interrogar en lo aditivo, en lo sustractivo de un fondo que es figura, que nos invita a mirar con las tripas y a tocar con los ojos. Una claridad cegadora del oficio, que asoma al enfrentar la obra.

Y pienso en algún entretenido diablo, extrayendo oro entre los limos, rescatando precioso mineral en posos de algún envejecido vino.